Aún era muy temprano, el sol apenas comenzaba su trabajo de dar color a cada parte del pueblo. Una a una, las secuelas de la noche anterior empezaron a aparecer. Poco a poco la madrugada se disfrazaba de día y los durmientes se ponían sus trajes de ciudadanos.
Dos sombras con rostro y boca conversaban tímidamente en el parque sobre lo que había acontecido la noche anterior. En efecto, era algo de lo que hablar, en ese pequeño pueblo casi nunca ocurría algo que valiera la pena comentar, así que un suceso como el vivido la noche anterior no podía pasar desapercibido.
—Dicen que salió gritando y golpeando todo a su alrededor —dijo una de las sombras sentada en el parque. —Pobre joven —añadió con cierto rasgo de tristeza en los labios.
—Sí, yo lo escuché todo. Primero, empezó gritando algo sobre no querer ir a trabajar al consultorio ni un día más en su vida... Luego, abrió la puerta de la casa de una patada mientras decía que le habían robado la vida, los años y la alegría —relató una sombra que poco a poco iba adquiriendo las formas de una persona.
Y en efecto, la calle evidenciaba los momentos de conflicto que se habían vivido sólo unas horas atrás. En el suelo reposaba una corbata en tal posición que denotaba la suavidad de la ira con la que fue arrojada. Un zapato abandonado en la esquina de la calle aún esperaba que su dueño recapacitara y volviera por él. Pero, lo más artístico de todo “sin duda alguna” era la forma con la que había quedado el agujero en la ventana de la casa, era un cuadro digno de los sueños más abstractos de Pollock.
—Es que a ese muchacho no lo dejaban en paz, una veía al papá repetirle que tenía que ser doctor. Yo si dije que a Antonito lo iban a enloquecer algún día —dijo una de las mujeres que conversaba, que ahora tenía más rostro de Doña María que de una sombra al alba.
—Y... ¿Quién diría que ese día iba a ser anoche? —exclamó con tristeza Doña Asunción.
—Eso pasa hasta en las mejores familias. Una no sabe en qué momento el más cuerdo y afinado salta por la borda —mencionó “desde sus ínfulas de psicóloga” Doña María.
—¿Sabe para dónde habrá cogido Antonito? —inquirió incomoda Doña Asunción.
—Dicen que se fue para el pueblo de los abuelos, allá como que nadie lo molesta. El papá de Antonito debe estar devastado, él sólo hace lo que cree que es mejor. Además, ¿Quién no quiere ser médico? —comentó Doña María mientras trataba de aplacar los ánimos de la conversación.
—¿Quién no quiere ser medicó? Todo aquél que quiere hacer otra cosa y resulta que es mucha gente —respondió Doña Asunción mientras se dirigía a recoger la corbata, el zapato y todas las evidencias de la desagradable conversación que acababa de sostener.
(El relato pertenece a Miguel Rosso, es profesor de Filosofía y fiel lector de cómics y literatura por igual. Podéis encontrarlo en Twitter aquí: @NacionVineta).
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