Según los textos más antiguos de nuestra religión, que se han conservado hasta nuestros días, la antigua Humanidad dedicaba el día de la Natividad a celebrar el nacimiento de un niño mágico en una localidad cuyo nombre se ha perdido en el tiempo. Por fortuna, esta ridícula superstición fue olvidada hace milenios, cuando la Humanidad fue rescatada de la muerte por nuestra Gran Madre, y enviada desde la Tierra hasta este mundo que llamamos Ávalon; donde no solo reconstruimos nuestra especie, sino que al mismo tiempo redescubrimos la verdadera historia de nuestro origen. Según las palabras que le transmitió la Diosa al presidente Daniel, y este a su hija santa Esther, fundadora de la iglesia de la Madre, la historia de la Natividad fue así.
Eones atrás, cuando el universo era un lugar oscuro y el Caos daba forma a las criaturas más monstruosas que la mente pudiera visualizar, la Diosa apareció. Esta hizo frente al caos y a sus innumerables abominaciones. Tras una batalla que duró toda una eternidad, ella consiguió encadenar el caos en el punto más profundo del Cosmos, con la esperanza de que estuviera encerrado allí hasta el fin de los tiempos. Una vez terminada la lucha, la Gran Madre dio inicio al ordenamiento del universo y a la propagación de la vida por el mismo. Fue durante ese periodo, cuando surgió en su mente la idea de crear a la que sería la forma de vida definitiva, la Humanidad. Durante millones de años vagó por el cosmos en busca del sitio ideal para que sus hijos pudieran nacer, crecer y desarrollarse en paz. Tras una larga búsqueda finalmente encontró el planeta Tierra. Aquel era un planeta de inmensos océanos y largas extensiones de vida vegetal y animal; un auténtico paraíso sin parangón en todo el universo.
La tradición dice que, en el mismo momento en que la Diosa puso un pie en aquel mundo, esta quedó embarazada de la que sería la primera mujer. La Creadora moldeó a la criatura de su vientre a su imagen y semejanza, dotándola de la capacidad para razonar y sentir, al mismo tiempo que la dotó del don de crear vida. Sin embargo, al poco de empezar su gestación la Gran Madre llegó a una conclusión inesperada. Al estudiar las distintas formas de vida que se habían ido desarrollando en el universo, esta se había percatado de que la violencia era un denominador común en la supervivencia de muchas especies. Ante esta situación, la divinidad sabía que era inevitable que, una vez nacida su criatura, esta se viera inmersa en un eterno ciclo de violencia para poder sobrevivir y evolucionar. Ante la desagradable idea de que el ser puro que estaba gestando se viera inmerso en el ciclo eterno de la muerte, la Madre Universal decidió concebir a otro ser que acompañara al que ya estaba en su vientre. Esta otra criatura sería un igual a su compañera en intelecto y emociones, sin embargo, se le otorgó una apariencia diferenciada, al igual que un físico más resistente y una leve predilección por la violencia; ese ser sería el primer hombre. Todas estas diferencias tenían el fin último de que fuera ese segundo ser quien se encargara de matar para sobrevivir. Sin embargo, al poco de haber sido fecundado, su divina madre se arrepintió de haber encomendado a su segunda criatura una tarea tan ingrata. Fue entonces que, la avergonzada madre, decidió equilibrar a sus dos creaciones; para lo cual limitó la capacidad de engendrar de la mujer e hizo que esta dependiera también del hombre. De esta manera, el hombre también sería partícipe del proceso de generar nueva vida y su objetivo vital tendría entonces un motivo más elevado. Establecidos estos últimos detalles, y tras esperar un tiempo prudencial, llegó el día tan esperado.
Un veinticinco de diciembre de hace decenas de miles de años, la Gran Madre, sin dolor, sin sangre, y con lágrimas en los ojos, dio a luz a la primera mujer y al primer hombre. Una vez terminado el parto, ella acunó a sus criaturas y les dijo “Hijos míos, vosotros sois los primeros de la más bella y sabia especie que el universo ha conocido o conocerá”. Tras el feliz alumbramiento, la Diosa se encargó durante años de cuidar a sus dos hijos. Dándoles todo el cariño, amor, conocimientos y experiencia que pudo, vio con orgullo como sus dos amores crecían hasta convertirse en hermosos adultos. Fue entonces cuando llegó el día de la despedida. Ella tenía que volver a sus labores de ordenadora del cosmos, y ellos necesitaban independencia para poder desarrollarse plenamente como seres conscientes. Tras compartir con sus hijos unos últimos abrazos y besos, la Madre Universal abandonó la Tierra, mientras que desde el suelo Adán y Eva veían como su madre se separaba de ellos para siempre.
—Y esa es mis niños, la verdadera historia del día de Natividad. Y por ese motivo, aquellos que seguimos las enseñanzas de la Diosa honramos en este día la vida que nos dio; amándonos entre nosotros y si es posible creando nueva vida. —Daphnea hizo una breve pausa y dirigió la mirada hacia sus hijos, que estaban sentados junto a ella en la cama. El mayor tenía en el rostro una expresión de cansancio y aburrimiento, mientras que la pequeña ya se encontraba dormida en los brazos de su hermano.
—Mamá, este cuento no ha sido muy divertido ¿Podías contarme ahora el de “La Hija de las Estrellas”? Papá siempre nos lo cuenta. —dijo el pequeño mientras se restregaba los ojos para espantar el sueño.
— ¡Por la Diosa, menudos hijos he parido! Mira que dormirse mientras les cuento la historia del nacimiento de nuestra especie. — exclamó con tono serio, pero con una sonrisa que dejaba claro que estaba de broma. —Por otro lado, no creo que tu hermana esté para escuchar más cuentos. —hizo una breve pausa y señaló con la cabeza a la niña que dormitaba en los brazos del jovencito. —Será mejor que os vayáis a dormir, mañana tenéis que estar bien descansados para abrir los regalos y asistir a las fiestas que se celebrarán.
— ¡Ya tengo ganas de ver los regalos! —exclamó el niño más emocionado.
Al oír las palabras de su hijo, Daphnea se giró para ver la hora en el reloj y volvió a esbozar otra sonrisa.
—Bueno, dado que ya son pasadas las doce, supongo que está bien si te digo cuál será uno de los regalos. —tras decir esas palabras la matriarca se llevó la mano de su hijo a su vientre. El niño tardó un rato en entender que quería decirle su madre, pero cuando al final lo descubrió sus ojos se abrieron como platos.
—Otra… ¿Otra hermanita? —pregunto nervioso a la par que entusiasmado. La madre asintió con la cabeza.
—Feliz Natividad mi niño —le dijo con dulzura mientras le acariciaba el rostro.
(Relato de Sergi Valverde, al que podéis encontrar en Twitter como @Sergivalsan)
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