Mis recuerdos de aquella noche se repiten constantemente en mi cabeza, las notas graves de aquel piano de madera desgastada, de mármol blanco y de teclas descoloridas, sin alma y sin razón de ser, apoyado en la pared en la esquina, lo más alejado de la única luz que iluminaba la habitación. En aquella noche oscura y tenebrosa el sonido de las teclas del piano se esparcía por la habitación, viajando como lentas olas, chocando contra las paredes de la habitación formando un eco desgarrador, profundo y sonoro. Aquella noche, en mis recuerdos aparece también una vela grande de color rosa, iluminando desde la otra esquina, su luz apenas y llegaba hacia el pequeño rincón en donde se encontraba el piano, y el pianista que, vestido de oscuridad agitaba sus dedos escalofriantemente blancos sobre las teclas blancas y negras del piano como si de ramas de abedul se tratasen, produciendo sonidos ominosos encogiendo mi alma y robándome el calor del cuerpo. Recuerdo además, la intensa lluvia de octubre, las gotas sobre el tejado producían un sonido mudo, tan solo escuchado por un oído experimentado como el mío. Pero las teclas malditas del piano que antaño había pertenecido a mi bisabuelo, producía en aquel momento un ritmo digno de un funeral de alta cuna. El frío también se hacía presente, viajaba por mi cuerpo, recorría mis venas y me robaba recuerdos de cuando era un niño, recuerdos de la sonrisa tierna y llena de amor de mi madre, recuerdos de mi primer beso, recuerdos de mis hijos, ahora ya adultos y esparcidos por el basto mundo. Una lágrima brotó de mis ojos, y mi corazón se partió en pedazos.
—Ya casi es hora —dijo el pianista—, Una pieza más y nos vamos ¿te parece bien? —finalizó, yo asentí, pero el movimiento de mi cabeza fue tan leve que temí que el pianista no lo notase, pero debajo de la capucha negra que le cubría la cabeza alcance a distinguir un movimiento de confirmación.
—Que te parece si ahora interpretas Claire de Lune, es una de mis favoritas— le dije en voz baja, esperé paciente su respuesta, él era una presencia oscura, fría e intimidante, pero emitía una sensación de tranquilidad y calma, yo alcé la vista hacia el techo, las telas transparentes del dosel de la cama se agitaban en una danza lenta, a la espera de mi último aliento.
Sonreí y cerré los ojos, esperando en silencio, hasta que escuché las primeras teclas, el sonido melancólico agitó mi corazón. Pues me recordaban a la mujer que alguna vez amé de verdad, mentiría al decir que recuerdo su nombre, pues nunca me atreví a preguntárselo, pero mis recuerdos sobre ella iban más allá que un simple nombre, pues tuve la suerte de bailar con ella y los pocos minutos que compartimos logré grabarme en la memoria cosas aún mejores. Recuerdo que en aquel baile, ofrecido por el alcalde del pueblo, ella iba vestida de sedas plateadas, desde el cielo la luna impactaba en su vestido y los hilos de plata danzaban como estrellitas brillantes en una noche oscura, también brillaban sus pendientes plateados, su collar de perlas y su sonrisa delicada. Recuerdo brevemente el momento en que la tomé de la mano y la dirigí a la pista de baile, el pueblo entero nos observaba con intriga y admiración, pero su sonrisa no se desvaneció. Su rostro poco a poco se va disolviendo, quedando apenas unas pinceladas carmesí, el color de su cabello, y aún ahora la sensación del tacto de sus manos sigue adherida a mis palmas, me aventuro a decir que siento el calor de su mano rozando la mía, también recuerdo el olor de su piel, un olor a flores de primavera, olor del río Salagria, olor a uvas y a hierba verde, y lo que es más importante para mi, ahora que puedo recordar, es el calor en su rostro, ese rubor característico de ella, que en su piel blanca parecía que descansaba un atardecer de verano, un verano que sucumbió al invierno, pero que aún sigue presente en mi memoria, como si hubiese pasado ayer, e inconscientemente una lágrima más cayó, pero no de tristeza, sino de amor.
—Su nombre era Lady Hudson —susurró el pianista al viento, su tenue voz viajaba con el viento cargado de emociones hermosas que alguna vez sentí, o eso creía, por que al dejarme llevar por ellas me di cuenta de que no provenían de mi, eran emociones diferentes, dulces, con un toque más delicado y juvenil, o quizás femeninas, quizás emociones de ella guardados en lo profundo de mi alma, libres ahora, por el frio que se apoderaba de mí—, Fue feliz, se casó en la ciudad, tuvo tres hijos y murió hace doce años —, continuó el pianista, las teclas del piano resonaban ahora con un tono lúgubre.
—¿Fuiste tú quien se la llevó? —le pregunté al tiempo en que giraba abruptamente para verlo, él se limitó a asentir y seguir tocando. Mis recuerdos se desvanecían como nubes en la noche, pero las teclas de madera y el sonido lúgubre pero dulce del piano se adherían a mi memoria como si no quisieran ser olvidados.
Que ingenuo fui al pensar que con mi muerte desaparecerían mis recuerdos.
—Fuiste un buen hombre —el pianista habló—, Sobre todo en los últimos años, tu labor en la comunidad será recordada por siempre—, la comunidad, claro; ya lo estaba olvidando, los niños del parque, las mujeres del convento, y todos los granjeros y campesinos que vinieron por mi ayuda o consejo, yo los ayudaba en lo que podía, casi ni pensaba en eso, eran cosas simples las que les decía o lo que hacía por ellos pero una pequeña parte dentro de mi ser sabia que era algo importante, contribuí en cierta medida al desarrollo del pueblo, pero cuales eran mis verdaderas intenciones, no eran solo el servir como consejero, no claro que no, no era mi obligación, yo lo hacía por otra razón, pues quería yo expiar mis pecados, y creo, ahora más de un siglo después de mi nacimiento que hice un buen trabajo, o eso quiero creer, que lo que hice sirvió para enmendar mis errores pasados. Por qué los errores son los que más tardan en borrarse, no lo se, pero mi pecho se agitó al ver aparecer en mi memoria el rostro de aquella dama a la que un día sin querer herí de muerte, nunca sentí tanto miedo como en aquel día, solo recuerdo la lluvia recorriendo mi cuerpo, lavando la sangre de mis manos, pero no de mi cabeza, yo era un adolescente ingenuo, mis acciones de villano fueron encubiertas por mis padres ante el pueblo, pero no delante de los dioses y ahora que voy a su presencia, nace en mí una curiosidad, pero ahora solo deseo el fin de mi travesía que empezó con mi nacimiento, pero esta inquietud me hace sentir algo que no creí volver a sentir; curiosidad.
—¿Sabes qué fue de…? —quería preguntar, pero él súbitamente atajó.
—No es necesario que recuerdes eso ahora, no es mi trabajo el contarte cosas, eso lo sabrás cuando cruces el umbral, no ahora, no conmigo— su respuesta me hizo callar, y me dejó pensativo. Por un momento fugaz logré sentir ganas de vivir, ganas de hacer más cosas buenas en el pueblo, rectificar por completo mis acciones pasadas, pero un frio infernal me recordó que estaba en mis postrimerías.
—Ya es hora —dijo al tiempo que dejaba de sonar la última tecla, yo asentí y cerré los ojos, sentí como mi cuerpo se llenaba de frío, sentí como mi anciano y cansado corazón dejaba de latir en un silencio reconfortante y como mi sangre se estancaba en mis venas, sentí el calor de mis mejillas desaparecer y lo lento que fue mi último aliento.
Mi vida había acabado, y estaba solo, lejos de las personas que alguna vez amé, en una casa abandonada en medio de un bosque, en una noche tormentosa, a la luz de una vela rosa y un pianista blanco como la leche. Abrí mis ojos y ahí estaba el, en frente de mi, con su blanca y huesuda mano extendida, yo le di la mano y él dijo:
—Vamos.
(El relato pertenece a The Teofernia, lo podéis encontrar en twitter aquí: @Fer_escritor_gt )
Comments