Ada entró a la sala y notó cómo innumerables miradas se clavaron en ella, a pesar de que el DJ se esforzaba por captar la atención de los asistentes. Sonrió, consciente y cómoda con la situación, y fijó sus ojos en Valeria, su anfitriona, una mujer joven que la había cautivado desde hacía semanas. Avanzó lentamente hacia ella, y con su oído sobrehumano pudo discernir entre el bullicio los susurros de los demás: «Qué guapa», «¿La conoces?», «Ojalá alguien me la presente…»
Cuando estaba a unos pocos pasos de distancia de Valeria, esta se despidió de sus invitados y se adelantó para saludarla. Sintió unos labios en su mejilla y una caricia en su nuca. Hacía doscientos años que no se le encogía el estómago de esa manera, desde que Irene se marchó.
—Voy a traerte algo de beber —dijo la joven—. ¡Pero no desaparezcas! Creo que más de uno intentará robar tu atención esta noche.
—Champán estaría bien —sugirió Ada—. Y no te preocupes, he venido a disfrutar de tu compañía. No me dejaré secuestrar por otro.
—Ni por otra.
Ada sonrió mientras su anfitriona se alejaba hacia la barra. Estaba nerviosa por la anticipación y se sentía como si tuviera quince años. Una punzada de culpabilidad asomó en su mente: Irene. La había estado esperando todo ese tiempo, pese a no saber nada de ella, más allá de una carta cada pocos años que le entregaba un amigo en común. Ni cuándo volvería, ni dónde estaba, ni una explicación del porqué de su marcha, por más que se lo había rogado. «¿Qué son un par de siglos cuando tenemos toda la eternidad para estar juntas?», le había dicho Irene en su despedida.
Pero ya habían pasado un par de siglos.
Valeria regresó con las bebidas y Ada tomó un sorbo de su copa. «¿Cómo se lo tomará Irene cuando se entere?». Descartó ese pensamiento. Irene se enteraría de algún modo u otro, pero no tenía derecho a enfadarse.
Traicionar a tu creadora era un pecado mortal, o eso le habían dicho los pocos vampiros que conocía. Pero abandonar a tu progenie era un pecado aún más grande, y Ada estaba decidida a ser libre esta noche, a volver a sentir.
(El relato pertenece a Belén Albeza, la podéis encontrar en twitter aquí: @ladybenko )
Comments