El aire fresco que entraba por la ventana entreabierta levantó ligeramente las puntas del bigote del viejo General. Su calva era cada vez más incipiente así que, para aquella ocasión tan especial, había decidido vestirse con sus mejores galas y dejarse la gorra puesta. Podía decirse que, después de tanto tiempo, seguía siendo igual de presumido que antaño.
A pesar de llevar años retirado del servicio militar, el viejo General gozaba de grandes simpatías en la ciudad, así que acostumbraba a tener citas casi a diario con toda clase de personajes interesantes. Solían reunirse en una pequeña casa de té, decorada de forma algo extravagante, pero con el encanto puro y simple de una época que le quedaba ya muy lejana. Por aquella mesa habían pasado desde espías de la nación hasta princesas, ataviadas con sus vestidos largos y elegantes, que animaban la conversación con los últimos chismes de palacio.
Hacía ya una semana que dos hermanas a las que veía con frecuencia se habían ofrecido a presentarle a su prima, una mujer bella y elegante que era nueva en el lugar y ansiaba por conocerle. Ambas luchaban por quitarse la palabra la una a la otra.
— Es preciosa —comentaba con voz gutural lady Isabel, una mujer de pelo corto y tuerta de un ojo.
—Tiene que conocerla, es la chica más bonita que haya visto jamás —apuntaba lady Roberta con tono cantarín, mientras se agarraba con fuerza a un pequeño bolsito de color rosa.
Después de aquellas afirmaciones y muerto de curiosidad, el viejo militar no tuvo más opción que concertar una cita con aquella misteriosa mujer.
En el instante en que se abrió la puerta de la casa de té, con el leve tintineo de la campanilla, se dio cuenta de que la realidad había superado con creces la sombra de los rumores que corrían sobre ella.
Tenía un maravilloso pelo castaño, rizado y dispuesto en un recogido del que se deslizaban arrogantes algunos tirabuzones. Estos enmarcaban un rostro de porcelana, ligeramente maquillado en las mejillas, en el que destacaban unos enormes ojos azules y una boquita tierna y redonda pintada de rojo. Su vestido era delicado y elegante, de color marfil, cuyos destellos de flores salpicaban la tela como pequeñas estrellas.
La mujer era de movimientos censurados y palabras escuetas, algo aburrida así que, tras unos minutos de conversación, el viejo General empezó a mirar con abstracción a la persona que tenía enfrente, la más importante de su vida, la que le había devuelto las ganas de luchar después de tanta desolación…
—¡Abuelo! ¿Jugamos o no?
El General dejó de mirar a su nieta y observó de nuevo a la muñeca de porcelana que sujetaba entre sus pequeños dedos una tacita afiligranada. Su boquita roja brillaba dibujando un corazón.
—Perdona, nena —Se revolvió en la silla tratando de desencajar las piernas de la pequeña mesa de reunión—. ¿Qué decías?
—Se llama Ana y hace vestidos. Jugamos a que quiere conocerte y hacer los vestidos de los militares, pero les pondrá flores y cintas rosas y…
Mientras la voz de su nieta se perdía, el General comprendió que todo, las pesadillas, los llantos, la obediencia… habían sido solo un juego hasta el momento en que empezó a beber té en tacitas de porcelana.
(El relato pertenece a Beatriz Peñas, la podéis encontrar en twitter aquí: @BeatrizPB0. Bea participa en el podcast de relectura de Canción de Hielo y Fuego @lacancionpod y además tiene su propio podcast de cultura romana @vendettaderemo. También es profesora de Narrativa y actualmente da clases online)
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