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  • Foto del escritorSenpai yKohai

Atrapado

Actualizado: 16 may 2021

Víctor entró en casa con un portazo. Después se deslizó hacia la cocina, dejando por el camino las llaves y la chaqueta tiradas en el suelo. Abrió la nevera y cogió la primera lata de cerveza que tuvo al alcance, y antes de que el olor de la comida rancia le rozara siquiera la nariz la cerró de una patada.

El chasquido de la lata al abrirse y el suave siseo de las burbujas de gas le sonaron hasta reconfortantes. El primer trago fue amargo, pero siempre lo era. Se arrastró hacía el comedor, deshaciéndose de los zapatos y lanzándolos al aire, se desabrochó también la corbata, dejándosela floja alrededor del cuello. Tropezó con un pequeño montón de ropa sucia que había en medio del pasillo y el segundo trago terminó como una salpicadura efervescente en el suelo. Rezongó, no iba a limpiarlo ahora. En cuanto visualizó el sillón, se apresuró a llegar a él, sorteando los paquetes de comida abierta y los cachivaches desperdigados por el suelo, y se dejó caer con un sonoro suspiro. Saboreó el momento un par de segundos, mientras sus músculos se destensaban y se dejaba envolver por el mullido tacto del sillón.

—¿Cómo ha ido? —la voz de Samuel ni siquiera le sorprendió.

Víctor miró a su compañero, al otro extremo del comedor, también con una lata de cerveza en la mano. Se encogió de hombros.

—Diría que bastante bien. Diana es una chica interesante, y muy guapa.

—Es demasiado para ti.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Vas a volver a soltarme el rollo de que una chica como ella jamás se fijaría en un perdedor como yo?

—Ey, no soy yo quién lo ha dicho. —Samuel hizo un gesto vago con la mano, observándolo con aquella expresión tan suya que bailaba entre la preocupación genuina y la burla—. Solo te aviso para que cuando te den el golpe no duela tanto.

—Nunca te gusta ninguna de las chicas con las que salgo —protestó Víctor.

—Solo he dicho que no me gusta esa tal Diana.

—Ya, ni Elisabeth, ni Rebecca, ni la chica de la tienda de cómics.

—Se llamaba Sarah, y fue tan memorable que ni siquiera recuerdas su nombre, ¿eh?

Víctor se sintió enrojecer.

—Tampoco te gustaba Carolina.

—Carolina está muerta —soltó Samuel con tono indiferente, como si se tratase de una trivialidad —. También estaba allí, ¿recuerdas?

¿Cómo olvidarlo? Aquel pitido insistente en su cabeza, el humo que se colaba por el cristal agrietado del parabrisas, el agudo dolor en el costado, el cuerpo inmóvil de su novia encajado entre el asiento y la puerta abollada, y a Samuel, devolviéndole la mirada a través del espejo retrovisor. Por un breve instante hasta le había parecido que sonreía.

Víctor se dio cuenta entonces de que había estado apretando el brazo del sillón, tenía trozos del cuero sintético desconchado debajo de las uñas.

—Perdona, no tendría que haberlo dicho así —Incluso parecía compungido.

—No pasa nada —dijo él sin querer mirarlo, y le dio otro trago a la cerveza.

Había conocido a Samuel en el instituto, un par de meses después de que su padre se suicidara, y desde entonces había estado a su lado, como su mejor amigo, un compañero fiel e inseparable. Estuvo allí para él cuando su madre falleció al poco de que terminara la universidad, y en el accidente de coche en el que murió Carolina, fue Samuel quien habló con la policía para explicar lo sucedido porque él se encontraba demasiado conmocionado. Sabía que, sin su apoyo, hacía tiempo que se habría derrumbado, sofocado por el peso de sus dolencias. Le debía eso a Samuel, las fuerzas que lo habían mantenido en pie, pero… a veces sentía que estaba atrapado con él. Y una parte de sí mismo, le temía.

—Por cierto —dijo, carraspeando, en un intento por apartar aquellos pensamientos de su cabeza, antes de que Samuel se diera cuenta—. Esto está hecho un desastre, podrías limpiar de vez en cuando el piso.

—Es Lucas quién solía encargarse de eso, no yo.

—Hace tiempo que Lucas no aparece por aquí. —Víctor casi no había notado su ausencia, sus idas y venidas solían ser esporádicas, pero no tan prolongadas.

—Ni volverá en una temporada.

—¿Cómo dices?

—Me molestaba, era un tipo patético y demasiado maleable. —Los ojos de Samuel se fueron oscureciendo. Eran verdes, como los suyos, pero mucho más fríos—. Le obligué a marcharse, no ha desaparecido, aunque tardará en regresar.

—No tenías ningún derecho a hacer eso. —La lata en su mano soltó un crujido.

—¿Cómo qué no? Su presencia nos afectaba a ambos.

—Hiciste lo mismo con Michael.

—No, a Michael lo maté, Víctor. Era un crío estancado en los dieciséis, demasiado obsesionado con la muerte de su padre. Teníamos que seguir hacia delante.

El pánico se cerró entorno a su garganta, asfixiándolo igual que él hacía con la lata de cerveza. Un borbotón de líquido escapó del interior y le chorreó por el dorso de la mano, goteando por el brazo del sillón hacia el suelo. Samuel se lo quedó mirando, con una ceja enarcada.

—Vamos, no me tengas miedo.

—¿Me vas a hacer lo mismo a mí? ¿Me vas a matar? —No pudo evitar que el temor se le filtrara en la voz. El temor a desaparecer, a ser borrado igual que un trazo inservible. Sabía que Samuel lo había hecho con otros, algunos apenas llegaron a ser ecos sin nombre ni forma definida cuando los eliminó. Pero él era el principal, el dominante.

—Me ofendes —dijo Samuel con un mohín—. Todo lo que he hecho ha sido por protegerte, por protegernos a los dos.

—Tu ni siquiera existes.

Samuel sonrió y él sintió como sus comisuras se movían también. El hombre en el espejo se llevó el índice a la sien y dio un par de golpecitos, sin dejar de sonreír.

—Existo aquí, como todos los demás. Como tú, Víctor.



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