Nunca había sentido tanto miedo como cuando la llamaron por teléfono para decirle que su hermana Alma sufría depresión y que había intentado suicidarse.
Hasta ese momento, Valeria pensaba que la equivalencia al miedo era lo que sentía cuando estaba en un lugar demasiado alto y miraba hacia abajo, cuando aparecía una cucaracha en casa (especialmente si echaba a volar) o cuando veía una película de terror y sentía que no podría dormir esa noche si no se cubría la cabeza con la manta. Cuando era más pequeña, el miedo era creer que un monstruo saldría del armario o que, si se dormía con la mano colgando, alguien saldría de debajo de la cama y le tiraría con fuerza. El miedo que sentía desde que recibió aquella llamada era punzante, amenazante y constante. Tan real que lo sentía a todas horas.
Fueron días intensamente largos en los que, si no estaba esforzándose por no quedarse dormida en el trabajo, estaba pensando en Alma. Pero, especialmente, eran largas las noches. No podía dormir porque llevaba desde hacía días con ella en el hospital y creía que, si se dormía, al despertar vería que su hermana lo había vuelto a intentar. A pesar incluso de que habían tomado precauciones atándole las muñecas y de que estaba sedada, sentía que no estaba completamente segura.
Tenía mucho tiempo para pensar y la pregunta que constantemente le venía a la cabeza era sobre cómo había llegado su hermana hasta ese punto… y no encontrar una respuesta la atemorizaba incluso más que si hubiese sabido el por qué. Alma parecía tan feliz, tan completa… La quería con toda su ser y no supo ver que la necesitaba, que estaba pidiendo ayuda a gritos.
Al quinto día de estar en el hospital empezaron a bajarle la medicación. Sus heridas comenzaban a sanar y era necesario evaluarla mejor psicológicamente. Por la tarde, el psicólogo, tras estar con Alma, le dijo a Valeria que su hermana no había querido decir qué le había llevado a tomar esa decisión. Le explicó que el proceso de curación de Alma sería largo y que necesitaría mucha paciencia y comprensión.
Valeria entró en la habitación. Su hermana le sonreía como si hace cinco días no hubiese intentado tomarse un bote entero de pastillas. Como si estuvieran en casa tomando un té tranquilamente, en lugar de un hospital.
—¿Qué pasó, Alma? ¿Qué te llevó a tomar esa decisión? ¿Qué puedo hacer para ayudarte?
—Estoy bien, no te preocupes —dijo sin dejar de sonreír—. Ya se lo he dicho al doctor. No controlé bien y tomé demasiados tranquilizantes. Últimamente me cuesta mucho dormir… —dejó de hablar cuando su hermana le agarró la mano con mucha ternura, como si temiese hacerle daño.
Valeria ni siquiera sabía que necesitaba tomar tranquilizantes. Pensó también con detenimiento sus palabras, pues también temía que estas pudiesen hacerle daño.
—Estoy aquí. Siempre lo estaré. No estás sola. Puedes contar conmigo, incluso aunque en algún momento pienses que no puedes, créeme si te digo que sí. Dime que lo sabes y prométeme que lo tendrás presente siempre antes de tomar cualquier decisión.
El rostro de Alma cambió. Entre lágrimas, se echó a llorar sobre el regazo de su hermana.
Valeria sabía que aquel miedo la iba a acompañar durante mucho tiempo. Incluso era posible que no la abandonara nunca, pero al menos ahora Alma sabía que contaba con ella. Y eso la hizo sentir un poco menos aterrorizada.
(El relato pertenece a Visenya Dayne Stark, la podéis encontrar en Twitter aquí: @VisenyaDayne )
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